jueves, julio 06, 2006

La Ciudad y sus cuevas


El primer hogar del hombre siempre fue una cueva. Hogar—hoguera, fuego y caverna, gruta y lar —del que viene llar—hollín—. Cobijo y luz y calor. Protección elemental contra los elementos. El color negro fue el primero: hollín más grasa animal y las primeras pinturas rupestres, el inicio del arte. Después Platón y su metáfora de la humanidad dentro de la caverna; pero antes de ello, el sencillo símil con el claustro materno, con las entrañas uterinas, pero también con la tumba, con el vientre terreno. Las grutas fueron respetadas, temidas, habitadas. La cueva de Alí—babá, sus “ábrete sésamo”, sinónimo de la riqueza interior.

En la edad media, dos antagónicos inquilinos las habitaron: los ascetas, los ermitaños, eremitas, santones, que escapaban de las tentaciones mundanas, representadas por los Burgos o ciudades, que seguían los preceptos de Fray Luís de León: “Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido”; y los que rebasaban los límites de la normalidad: leprosos, locos, bandoleros, asaltantes y forajidos...

La sociología, la sicología social —y el sentido común— intuyen que las grandes crisis que soporta una nación, se refleja en el aumento de la miseria y de las enfermedades mentales. Se especula que un 17% de nuestra población está por debajo de los límites de la indigencia. Es fácil comprender que las cuevas quiteñas hayan vuelto a poblarse de
“menesterosos”. Miremos lo que nadie quiere mirar:


Sin embargo, desde hace algún tiempo, —no podemos afirmar quiénes— algunas autoridades “avergonzadas” de tal espectáculo, y empleando el método avestruz, ha pretendido solucionar el problema, de la manera más cómoda: tapar las cuevas para que los “antisociales” ya no tengan ni siquiera esa oquedad inhumana donde reposar sus cansados cuerpos delictivos.

Nadie quiere mirar a los “menesterosos” [minestere= oficio, ocupación, de la que se derivan, paradójicamente, ministro]. En la Edad Media, las mazmorras eran oscuras y en ellas se arrojaban a los seres que la ciudad temía. En la modernidad, se los exhibe, se los vigila. Se inventaron los panópticos, [pan= todo, óptico= visión] para regocijarse con su dolor. No hay nada nuevo bajo el sol —dijo algún griego anónimo—. Pese a decenas de miles de años de evolución cultural, hemos retornado —eternamente— a la edad de las cavernas.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

¿Será que la vida es un hueco?
¿De un hueco vinimos y a otro iremos?

10:12 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

La cueva más segura que tenemos, que nos cobija del frio, nos protege de la violencia, el hogar de los menesteroso de la existencia, nuestra mente unicó lugar donde la oscuridad y la soledad son nuestra guarida contra los animales.

9:51 a. m.  

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