lunes, junio 26, 2006

La Ciudad y los Objetos Inservibles (Parte 1)

Al enfrentarnos cotidianamente con la ciudad, tal vez la prisa con la que la encaramos, nos impida ver los múltiples artificios que la pueblan. Si la mirada es acuciosa, es posible que reparemos en ciertos objetos que —por lo inútil— son un absurdo urbanístico. Hemos captado algunos de ellos:
















Dos hidrantes con distinta suerte: el primero exageradamente alto, vigilando el eterno sueño de un rompe—velocidades o “chapa acostado”; el siguiente, enterrado de tal manera que no sirve para lo previsto.




















Paso peatonal aéreo en la avenida Napo [1ª foto] y un poco más al norte cerca al colegio Montúfar, la segunda. Los avisados planificadores municipales, no calcularon que el paso peatonal estaría a la misma altura que el cableado eléctrico. Pero los ingeniosos habitantes de la ciudad colocaron dos antiestéticos tablones para evitar agachar la testuz. Del poste en media calle no podemos agregar nada.














Entendemos que la política de la Empresa Eléctrica Quito de acercamiento al cliente es beneficiosa... Pero ¿No es algo exagerado intentar introducir el poste al dormitorio?









Dos arbolitos, que al menos fueron respetados por los “maquilladores de la ciudad” pero emparedados grotescamente entre bloques de concreto, para que no escapen,,, para que no invadan la vía tan congestionada en el trébol de cuatro hojas.

viernes, junio 02, 2006

La Ciudad y el Dolor

LA CIUDAD Y EL DOLOR


Caminar por la dermis urbana, sin ningún otro propósito que comprobar que las esquinas no se han movido, que siguen allí, que el mundo gira sin que lo sintamos, que los pocos árboles todavía exhiben las incontables gotas verdes, que el césped aún refractan irisados destellos... Todo ello como parte del ritual diario que nos hace sentir vivos, pese a que solo nosotros lo podemos captar, individuales y siempre solos. De súbito, al terminar un parque, una imagen que incita a la reflexión:

Probablemente habré pasado cientos de veces por el mismo sitio pero nunca me produjo nada, nunca la percibí “realmente”, nunca la asimilé. Pero ahora me ha descolocado, me ha confundido, me ha impactado. INSTITUTO DEL DOLOR. ¿Existe realmente un sitio, un lugar dónde mitigar el dolor de la existencia? ¿No es, acaso, el dolor consustancial a la condición de seres vivos? ¿Sin dolor es posible que sigamos siendo humanos? desconcertado, repasé los gastados manuales filosóficos del sentido común, de los preconceptos que se vierten en los cafés con los amigos. Algún maestro me enseñó a definir por oposición, por términos contrarios. Recuerdo el contexto: nos explicaba algo sobre colores y pidió que definiéramos qué es verde. Ante nuestro silencio, nos dijo, asumiendo la inflada altivez de Pero Grullo: “Verde es lo que NO es rojo”. Quise aplicar la fórmula, Dolor es lo que no es... —allí el dilema—...¿alegría? No, porque su antónimo es tristeza. Buscando definiciones en ese polvoriento cementerio de las palabras que es el diccionario, hallé que alegría—tristeza son SENTIMIENTOS, que el dolor es una SENSACIÓN y que su contrario es el placer. Entonces reparé que las percepciones —que son comunes a todas las especies vivas— se introyectan y al racionalizarlas, se convierten en sentimientos.

El dolor está ligado culturalmente a la condición humana. El típico “valle de lágrimas” al que estamos condenados, según la tradición judeocristiana. El dolor nos marca desde el nacimiento, como “pecado original”, abandonamos el “paraíso uterino”, la placentera placenta, y en la casi totalidad de los casos, en la muerte nos apresa la garganta y nos extrae el postrero aire, que acaso también sea el mismo que inhalamos al inicio. Así, Génesis y Apocalipsis como extremos de una misma línea, están marcados por el dolor. Tanatos y Eros, dolor y placer hermanados en un masoquismo existencial.

Como arbitrio de ignotas deidades, a pocos días de la foto anterior, hurgando los pliegues citadinos —siempre con cámara a punto— capté otra enigmática imagen, que me parece complementaria a la anterior y no pude contener el “júbilo jubiloso de jubilado” de mi tocayo Perogrullo, el “eureka” de Arquímedes, al creer que había encontrado el hilo de la embrollada madeja. La foto es la siguiente:


PARE DE SUFRIR: en otras palabras, la panacea universal a mi angustia existencial... Quise ingresar para verificar —otra vez P. Grullo— si “era verdad tanta belleza”, pero me asaltó otra duda metafísica: ¿Cómo sería el planeta poblado de individuos con caritas felices con rostros de maniquís publicitarios eternamente sonrientes? Si se elimina el dolor... ¿se mantendría el gesto de seriedad como alternativa? ¿No sería absolutamente aburrido contemplar comisuras labiales siempre arriba? ¿Para qué rasurarnos o maquillarnos? Adiós espejo matutino, adiós cremas y menjurjes, la cosmetología —término que huele a ciencia— desaparecería... y con ella, fuentes de trabajo y obreros —pese a ello— siempre sonrientes. El mundo sería tanto o más monstruoso que el de 1984 de Orwell... Prefiero el doloroso mundo humano al que maquillan las máquinas de Matrix... al “american way life” que Hollywood promociona. Como es obvio... no ingresé. Me quedo con mi dolor de ciudad.